domingo, 16 de octubre de 2011

Karaokeando

De vuelta del paseo por el parque, llegamos al barrio de la infancia (la segunda) y escuchamos una extraña música que salía de un local cercano a casa. El local era un pícolo bar, uno de esos que por aquí abundan. Era domingo a las seis de la tarde, una hora que no se nos ocurría adecuada para la fiesta. Nos dio curiosidad.

Asomamos la nariz para investigar el origen de la música y, antes de que pudiéramos reaccionar, éramos arrastrados hacia el interior por unas manos que gritaban "¡gaijin, gaijin!" (¡extranjeros!). No se trataba de caníbales sino de unos simpáticos parroquianos practicando el karaoke, y el consumo de bebidas etílicas. Unos señores de avanzada edad eran los clientes del local y una elegante señora también entrada en años era quien atendía la barra. El más parecido a Frank Sinatra, micrófono en mano, demostraba claramente el límite de ese parecido. Él era quien nos había atraído con sus cantos de sirena. Dudamos de haber cruzado la puerta de un bar ó un portal hacia otra realidad.




Conversamos todo lo que se pudo con las cuatro palabras que nuestras mutuamente lejanas lenguas nos dejaban comprender. Insistieron los señores en que usáramos el sistema electrónico de video-karaoke para enseñarles alguna canción de nuestra tierra. Quisieron convencernos de dejar la vergüenza de lado convidándonos de sus bebidas. La lista de canciones disponibles, larguísima, no contenía tangos ni chacareras. Recurrimos a lo universal: un temprano éxito de los bitles fue oportunamente demolido.


¡Saludos, amigos!

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